Cuando te pida perdón, no le creas.
No le perdones porque no se siente culpable. Si te ha puesto
la mano encima, aunque solo sea una vez, desengáñate, no te quiere.
Cuando te diga que es la última vez que lo hace, no te
confíes. A no ser que, efectivamente, sea la definitiva porque tú lo has
decidido.
Será ese día en que abras los ojos y te des cuenta de que
convivir con ese canalla no vale la pena.
Cuando te insulte, no le escuches.
Tú eres inmensa y fuerte, mucho más que él, precisamente por
soportar el calvario que soportas cada minuto permaneciendo a su lado. Que no
te minimice, que no te achique. Que no te diga que te lo has ganado. No lo permitas. No hay nadie en el mundo que se lo merezca,
ni siquiera él.
Hay salida, aunque su sombra que lo acapara todo no te
permita verla.
Búscala. No tardes ni un minuto más. Cuando escuches sus
llaves en la puerta, no tengas miedo.
Haz la maleta y mete en ella toda la entereza que te queda. Escapa de la cueva
del lobo. Ten agallas. Denuncia. Grita. Señálalo.
Cuando te pida que vuelvas, no lo hagas.
Es una treta. Una trampa. No caigas. Protege a tus hijos si los tienes. Libéralos.
Muéstrales que existe otro camino más transitable. Si te
dice que no serás capaz, no lo aguantes.
Tú puedes con todo,
porque lo peor ya lo has pasado. Ahora solo puede ser más fácil. Que no te dé
pena.
Reconstrúyete, búscate y encuentra la mujer que un día fuiste.
Reconcíliate, sí, pero contigo misma
porque tú eres tu mejor amiga. Saldrás adelante porque la vida empuja. Si te
amenaza por tu decisión, sé fuerte. Busca ayuda. No te doblegues. No
claudiques. No des un paso atrás. Es lo que busca. El refugio no está a su
lado.
Él es tu enemigo y tienes que entenderlo.
Si tú eres una de
las mujeres en situación de riesgo, mira únicamente hacia delante. Y dale un
portazo decisivo a la que ya no eres.