Desde pequeña siempre quise ser periodista, aunque en
aquella época todavía no sabía bien si era por lo que veía en la televisión o
por el hecho de que los demás escucharan mi voz en la radio.
Más tarde la vocación en lugar de desaparecer, como casi
siempre sucede con esas “vocaciones”
infantiles, la mía se hizo mucho más fuerte. En la universidad comprendí que
ser periodista era mucho más que salir en cámara o ser escuchada en la radio.
Ser periodista implicaba un alto precio; lo primero que perdí en mi cuadra fue
el nombre y junto conmigo intranquilidades.
mi familia, pues ya no era Daimy, era la periodista, o la mamá de la periodista. Después aprendí que los periodista somos una especia de delegados de la circunscripción, esos a los que todo el mundo les plantea sus más intrínsecas preocupaciones y de los que, por supuesto, todo el mundo espera una respuesta, peor no cualquier respuesta, sino aquella que satisfaga no solo su curiosidad sino que además alivie sus
No obstante continuaba en mí la satisfacción de saber que no
había equivocado la elección, pues ese era el objetivo supremo de mi interés en
el periodismo ayudar a mejorar la
sociedad sin importar desde que frente se hiciera.
Al comenzar mi vida como trabajadora de los medios de
comunicación comprendí que tener un título colgado en la pared de la casa,
implicaba, además un cambio radical.
Comprendí que nunca podría ser la vecina que grita desde un
balcón para saber si llegó el pan, nunca más podría sacar la basura a no ser
que fuese el horario de recogida. Desde ese momento tendría que reirme bajo,
cuidar de mis amistades, las personas con las que me reunía. Así y
aun sin mi consentimiento mi vida era de interés social casi pública.
Ir al mercado era más difícil, pues las personas se te
acercan para comentar sobre la subida de los precios, al calidad de los productos o incluso inquirirte por la
escases de algunos.
Y no es que me parezca mal que los periodistas logremos ese
sentimiento de confianza en las personas, pero… ¿qué pasa con nuestras vidas?
Los periodistas también tenemos casa, nos preocupamos por la subida o escases de
los productos, sin embargo nuestras preocupaciones pasan a ser secundarias.
En ese momento entendemos que nuestra prioridad es y siempre
será brindar información acertada y objetiva de cuanto asunto circule, aunque
sea a una distancia de 5 kilómetros cuadrados, a nuestro alrededor. Anda que
aunque los periodistas también tienen casa, su puerta tiene que estar abierta, pues
nunca se sabe cuándo alguien pueda necesitarte.
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